Un Primavera Sound invernal
Nuestro colaborador Borja Crespo pasó por el Primavera Sound 2013 para disfrutar de las actuaciones de todos artistas y casi se nos queda allí congelado
Si algo ha caracterizado a la última edición del Primavera Sound ha sido el sorprendente mal tiempo que ha hecho, a diferencia de otros años. Un viento helador congeló los ánimo de gran parte del público, menos entregado que en otras ocasiones. Un detalle, nada anecdótico, extensible a algunos artistas que comentaban la jugada por el micro. Nadie imaginaba que alguna vez iba a estar viendo los conciertos más esperados del año vestido con el abrigo de invierno, incluso con el gorro de lana –muy hipster, también es cierto–. La cercanía del mar acentuaba el malestar general según avanzada la jornada y llegaba la noche. Cataclismo climático. Este año sin playa y con la sudadera a cuestas, con la cremallera cerrada hasta el cuello, y a meterse en el meollo de la marabunta humana al calorcito de la audiencia.
La presencia de público extranjero, in crescendo en cada nueva edición -prácticamente la mitad del aforo según los datos facilitados por la organización-, es otra característica notoria, a destacar, de un festival que se asemeja cada vez más a un paseo por las Ramblas. Hemos podido observar acciones nunca vistas antes, como el libre albedrío de algunos carteristas, robando con métodos propios del centro de la ciudad condal: de dos en dos chorizos, uno tapando con la chaqueta la maniobra en la oscuridad y el compañero de fatigas criminales metiendo la mano en bolsos y bolsillos como loco. Con lo caro que está el abono del evento, muy rentable tiene que salirles el tema, o se cuelan de alguna manera, quizás con esas pulseras vip que aparecen a última hora en ciertos círculos por un módico precio –no vamos a entrar en más detalles escabrosos–. Mangantes aparte, tirón de orejas también a los responsables de la seguridad del evento, demasiado preocupados porque los paisanos no colásemos los tapones de las botellas de agua en el festival, en vez de suavizar la inevitable presencia de dealers por el lugar, este año especialmente molesta. Que te griten a la oreja, dictándote el menú de estupefacientes disponibles a cambio de plata en mitad de un concierto no es de recibo. Que se paseen dando el cante con un look pandillero poco indie es muy poco cool. Para todo tiene que haber elegancia en esta vida.
Al calor de los conciertos
Como cabe imaginar, es absolutamente imposible ver el 50% de los conciertos programados en tan magna cita, por ponerse una meta. Muchas actuaciones coinciden en el tiempo, teniendo que decidirse únicamente por uno entre varios nombres atractivos que se solapan en el cartel. Otra opción es ir corriendo de un escenario a otro para alternar momentos y picotear como un melómano en celo, algo que puede llevar a la frustración general porque no se disfruta realmente de nada en profundidad. En mi caso voy a comentar aquello que pude ver. De entrada, entresemana poco, por eso de tener que trabajar.
El martes, eso sí, perdí una oreja en la sala Apolo viendo a la apisonadora Godflesh, una delicia no apta para todos los públicos. De hecho, algunos asistentes al concierto, despistados, no sabían bien qué hacer, si permanecer estáticos o extáticos. Antes había tocado Bo Ningen, un combo formado por cuatro japoneses melenudos en faldas, afincados en Londres, que rascaban las guitarras y golpeaban el bombo con una pasión inusitada, agradeciendo una y otra vez su presencia en el cartel. Fue la primera nota exótica de la cita primaveral. Perdón, invernal.
Nostalgia noventera
El periplo por el Primavera Sound continuó el jueves. El inquilino comunista, símbolo del indie patrio de los 90, calentó motores. Tame Impala emocionó especialmente al público entregado a su causa, pero más de uno descubrió por primera vez a un grupo muy a tener en cuenta. El que esto escribe la gozó sobremanera con Dinosaur JR, un clásico del festival. J Mascis y compañía empezaron algo tímidos para acabar con ramalazos hardcore. Lo que hace este hombre con la guitarra no es de este mundo. Y cómo le siguen sus compañeros tampoco. Pura energía juvenil transmitida al público, que la lio parda en las primeras filas con empujones rabiosos y piruetas adolescentes. Nada que ver con la actuación al día siguiente de Jesus & Mary Chain, genios aburguesados. Se marcaron un greatest hits sin despeinarse. Vamos, sin apenas moverse. Sonaban como en los discos, que quede claro, ahí no hay nada que objetar, pero...
La muchachada disfrutó con el pase de Phoenix. Su carismático batería sudó testosterona en el escenario. El público femenino lo disfrutó especialmente. Al cantante le falta un hervor, o dos, por mucho que al final se lance al público para inundar de instantáneas las redes sociales. No dejan de ser franceses. Antes, lo míticos The Postal Service, únicos gracias a su único disco, abrieron de par en par las puertas de la nostalgia e invitaron a tararear sus canciones más conocidas, esas que otros han plagiado a mansalva. El estilismo de Jenny Lewis, la cantante, fue de lo más comentado durante el show. Se comió con patatas a su compañero de faenas vocales. Posteriormente mereció la pena echar un oído –literalmente- a Fuck Bottoms y, para combatir el frío, nada como bailar con Simian Mobile Disco. Con Animal Collective algunos nos aburrimos de más en 2011, así que, dado el nivel de congelación agudizado en los periplos de un escenario a otro, recogerse a una hora prudente se erigió como una buena idea (todos los días). Al día siguiente a desempolvar la ropa de invierno para ir mejor preparado. Y a intentar colar bebida y comida, que los precios, salvo en la churrería Pedrito, no se han adaptado en absoluto a la crisis (otro tironcete de orejas).
Blur vs. Swans
Este año había más stands de venta al público y expositores de marcas e iniciativas varias. Se nota la necesaria búsqueda de sponsors para combatir la dichosa falta de recursos. El emplazamiento de los escenarios ha sufrido algún cambio notorio, para bien. El mapa del festival ha estado mejor que nunca, con noria gigante incluida, aunque todavía se creaban tapones en algunos accesos y más de uno se puso nervioso al grito de remember Madrid Arena. Hay que cuidar al máximo estas cosas. Además, ya se avanzaba que el viernes se iba a montar una buena con Blur. Mucha gente sólo tenía entrada para ese día: el esperado regreso del grupo de culto. El que esto escribe prefirió ver a la misma hora a Swans, probablemente el mejor concierto de todo el fin de semana. Sonido contundente, una atmósfera personal contagiosa y una manera de darle a los instrumentos encomiable. Un must.
A primera hora fue imposible conseguir entrada para ver al entrañable Daniel Johnston en el auditorio, un problema habitual. El primer plato fuerte del viernes fue The Breeders. Tocaban enterito el Last Splash, todo un puntazo… también para nostálgicos de los 90, el que parece ser el sello del Primavera (¿qué pasará cuando vayan desapareciendo de verdad los primeros espadas que nutren cada año el cartel?). Las hermanas Deal salieron al escenario sonrientes, con aspecto de señoras con un par que lo han pasado muy bien y muy mal en esta vida. Cuando tocaron Cannonball, el temazo, el público aplaudió y se entregó al karaoke, como al día siguiente con Los Planetas, que se despacharon “Una semana en el motor de un autobús” de cabo a rabo, sin rechistar, moviendo el flequillo –el que lo tiene– poco más que Jesus & Mary Chain, a los que deben algo su sonoridad.
Vamos acabando
Cerrando el viernes, The Knife se eclipsaron a sí mismos saliendo al escenario disfrazados con túnicas y purpurina, enarbolando una estética cercana al tele-horóscopo de madrugada. La puesta en escena, algo bochornosa, no ayudó a que los profanos aguantasen el frío a horas intempestivas para degustar su cancionero. Los amantes del ruido votaron Neurosis como concierto del día. Algunos nos despeinamos con tanta tralla. Muy de agradecer entre tanto artista descafeinado.
El sábado, último día, toca gastar todas las pilas, echar el resto, darlo todo, tirar la casa por la ventana y perder la oreja que quedaba: en este caso con el (siempre) agradecido concierto de los ruidistas My Bloody Valentine. Chucho sustituyó a Rodriguez, de moda entre los hipsters de marras gracias a su protagonismo en la película “Searching for Sugar Man”, no porque alguno haya escuchado antes su discografía. El que esto escribe bailó encantado Magic, tema alegre donde los haya, bajo las órdenes de Fernando Alfaro y compañía. Dead Can Dance durmió a algunos y estremeció a otros –quizás el horario, el frío y el concierto de día no ayudaron del todo a su calado-, mientras Hidrogenesse salieron al escenario tan desvergonzados como siempre, sembrando el delirio, antes de que Wu-Tang Clan dejaran perplejo a más de un espectador no avisado (hubiera colado más Public Enemy).
El poderío de Nick Cave & the Bad Seeds, de nuevo indiscutible. Después, Los Planetas, como hemos antepuesto, adornando su show con imágenes animadas proyectadas de fondo en una pantalla gigante, firmadas por Max, el excelso dibujante de cómic. Crystal Castles sirvió en bandeja de plata y neón el momento electropunk del día. La masa embruteció. Había ganas de bailar, a pesar de que el emergente grupo volviese a tener los problemas de siempre con el sonido. Alice, la hiperactiva vocalista, se tiró al público y volvió a hacer de las suyas para rellenar el escenario. Un poquito de The Suicide of Western Culture para seguir engrasando la maquinaria y llegó la fiesta final, como cada año, con el momento verbena de Dj Coco.
Hasta el año que viene, si el euro quiere.