San Francisco: Música, flores y ácido
San Francisco fue a finales de los 60 un lugar ideal para vivir. Una imagen para el mundo que representaba la libertad desde un peculiar punto de vista
La Generación Beat ya había sentado las bases una década atrás. La revolución cultural había comenzado por practicar la libertad del individuo y el rechazo a los valores tradicionales estadounidenses. Entre sus filas Lawrence Ferlinghetti, encabezando en enero de 1966 una manifestación contra la guerra de Vietnam que parte de Berkeley. La policía, a la que se han unido los Hell’s Angels, reprime duramente la marcha.
El gobierno había protagonizado durante meses una política permisiva ante los estudiantes y sus concentraciones universitarias, en lo que fue una mera maniobra para paliar el descontento de la nueva generación. Pero el movimiento se convirtió en revolución y las universidades en campos de batalla. El candidato a la presidencia Ronald Reagan, gobernador por aquel entonces del Estado de California, advierte del peligro que suponen esas concentraciones masivas, aparentemente pacíficas y musicales, pero que para él esconden focos políticos subversivos, donde se practica la lascivia y el consumo desmesurado de drogas. No va desencaminado. Comienza así una dura represión por parte de autoridades y medios de comunicación, con lemas que conjugan indistintamente las palabras “San Francisco”, “drogas” “libertinaje”, “hippie” y “aberración”.
El barrio de Haight-Ashbury era la residencia de muchos beatniks, de hecho, fueron éstos quienes acuñaron el término hippie, derivado de junior-grade hipster. Toda la calle estaba repleta de casas victorianas vacías, cuyos bajos alquileres tuvieron un claro efecto llamada para bohemios, músicos, escritores y artistas. Eran jóvenes y libres, fumaban hierba y hacían el amor, y trataban de poner en práctica nuevas formas de vida al margen del sistema establecido.
Por aquel entonces, el LSD se probaba en experimentos en la Stanford University. Había sido comprado por el propio gobierno de los Estados Unidos y ya en 1966 tuvo que prohibir su consumo. Se extendió como la pólvora, proporcionaba la llave con la que traspasar la frontera y contemplar el infinito. No se consumía para escapar de nada, al contrario, se consumía como medio para encontrar las cosas. En toda manifestación artística y social se repiten los mensajes lisérgicos: “Es la hora de que seas quien tú eres. Abre la puerta, puedes volar”. Ken Kesey fue uno de los voluntarios de las pruebas de Stanford y pasó, junto con su grupo de amigos The Merry Pranksters, a organizar happenings LSD multimedia con el lema “¿Puedes pasar la prueba del ácido?”.
Para la primavera de 1967, la peregrinación de jóvenes al barrio se había convertido en multitudinaria. Habían crecido aprendiendo a ser trabajadores, conformistas y complacientes. Lo que encontraron allí fue libertad y experimentación.
Las autoridades comenzaron pronto a verse desbordadas y trataron de parar esta llegada masiva a través de la prensa. Pero los medios quedaron ahora fascinados por el movimiento, particularmente el San Francisco Oracle, que pasó a cubrir diariamente sus actividades, su forma de vida, los eventos… Esta popularización, hizo que durante los siguientes meses, el área de la Bahía de San Francisco acogiese a decenas de miles de personas desplazadas hasta allí con el único propósito de vivir y compartir la experiencia hippie.
El verano de 1967 supuso la culminación de una revolución. El Human Be-In celebrado en el Golden Gate Park reunió a más de 100.000 flower children, como habían pasado a denominarse a sí mismos. Actuaron los mejores grupos del momento: Jefferson Airplane, Great Society, Big Brother and the Holding Company, Country Joe & The Fish, The Charlatans, Family Dog, Quicksilver Messenger Service... También intervinieron escritores, artistas e intelectuales, gurús del movimiento como Allen Ginsberg, Timothy Leary o Lawrence Ferlinghetti.
Ya en otoño, cuando la mayoría se hubo marchado, aquellos que permanecerían en el barrio desearon firmar la nota final a la celebración, oficiando un funeral el 6 de octubre que titularon “The Death of the Hippie”. Tan sólo dos años después tendría Woodstock, que pasaría a convertirse en la congregación hippie más famosa de la historia.
El Summer of Love de San Francisco no sólo hizo del barrio Haight-Ashbury el símbolo de la contracultura americana, sino que lo convirtió además en el lugar del que manaban continuamente nuevas formaciones musicales y al que se trasladaban músicos de todo el mundo. Bandas surgidas en sus calles como Grateful Dead, Jefferson Aeroplane o Janis Joplin, dieron la vuelta al mundo en apenas unos meses. Otras, como The Mamas & The Papas, The Animals o The Birds, acudieron a San Francisco llamados como las polillas a la luz, con una convicción casi religiosa.
El propio Otis Redding escribió el primer verso de su (Sittin’ On) The Dock of the Bay en aquel agosto de 1967 en Sausalito, al norte de San Francisco, donde se acababa de comprar una casa flotante. Incluso James Rado y Gerome Ragni, que participaron plenamente en aquella experiencia estival de amor libre y revolución contracultural, desearon plasmarla en el musical Hair, que se estrenaría en Nueva York ese mismo octubre y que posteriormente Milos Forman llevaría al cine.
Por su parte, las discográficas, atentas al filón, habían protagonizado su particular guerra de contratos y el pastel se lo repartían ahora entre San Francisco y Los Ángeles. Por fin se había podido plantar cara a la hegemonía inglesa. El mundo enteró fluyó hacia San Francisco y la banda sonora de finales de los 60 fue interpretada desde California.