¡Kim Jong-un, llévatelos contigo!
Las actuales estrellas de pop comercial echan mano de trucos y demás trampas para tener a media población mundial en vilo. Mar Baztán analiza el fenómeno
¿Qué sería de los fans si de vez en cuando no se les ofrece carnaza? Noviazgos con la competencia, comunicados de abandono, fotos comprometidas (y escandalosamente preparadas), embarazos imposibles, atropellos y otros episodios con drogas… Y si el protagonista ni siquiera supera la edad legal y no es más que un mequetrefe que intenta vender más discos o más muñecos de sí mismo para Navidad, la cosa se va de madre.
El pasado 25 de diciembre Justin Bieber anunció que dejaba los escenarios. No es preciso tener un máster, todo aquel con una mínima capacidad de asociación de ideas vio rápidamente que no era más que una burda estrategia comercial. No en vano, en apenas unas horas nuestro pequeño canadiense iba a presentar Believe, su nueva película documental en 3D.
“My beloved beliebers I’m officially retiring”, qué gracioso… y qué poco dura la alegría en casa del pobre. No hubo que esperar mucho al siguiente comunicado oficial (vamos, al nuevo tweet) en el que desmentía la anterior noticia a la que se refería como simple broma con la que había querido probar la capacidad de difusión de las redes sociales. No sabemos si se trata de algún experimento del Smithsonian o su trabajo para la clase de ciencias pero puede dar gracias a que no se produjera ningún suicidio en masa. Todo quedó en un amargo día de Navidad para muchos, me refiero a los que deseamos que fuese cierto. La película, por otra parte, no consiguió la recaudación esperada.
No es el primero y tampoco será el último. Estas prácticas se han repetido a lo largo de la historia con religiosa periodicidad. Sin embargo, los últimos ejemplos a los que despiadadamente estamos siendo sometidos no nos hacen preguntarnos por la crisis de valores circundante sino por una mucho más importante, la crisis estética.
Sólo unos meses antes de ese gran regalo a nuestros sentidos que es ver a Bieber en su baño en 3D (sólo superable por el episodio del mono), la adorable Miley Cyrus (antes llamada Hannah Montana) ya nos golpeó con la dura realidad. Nos dio de hostias, si se me permite la expresión. Cuando presenta We can’t stop, primer sencillo de Bangerz su cuarto álbum de estudio, ¿pasó algo? No, no pasó absolutamente nada. Así que antes de presentar el segundo, Wrecking Ball, tuvo que desplegar toda la maquinaria. Por si oírla no fuese suficiente, decide además grabar en nuestros cerebros su nueva imagen. Para los que no encuentren el matiz, nada sutil por otra parte, el problema es que ya no es Madonna con corsés de Gaultier, es Miley Cyrus en bolas (o algo).
Quiero pensar que no todo está perdido, que en algún momento esta situación se reconducirá y que los extraterrestres o Korea del Norte, igual da, se los llevarán para estudiarlos o para lo que sea, pero para siempre. Para alimentar su interés, ya circula por ahí el rumor de que Cyrus y Bieber son la misma persona (o cosa, a elegir).