Herodes, ese gran incomprendido
La muerte de Shirley Temple nos ha devuelto a la memoria a muchas estrellas infantiles del espectáculo, tratadas muchas veces como monos de feria
Esta semana, supongo que por aquello de no hablar de lo que realmente preocupa al pueblo (y no me refiero a propuestas para hacer de la noche de San Valentín algo inolvidable para la parienta), temo que nos vayan a bombardear con la muerte de Shirley Temple. Por si su nombre no aporta pistas, se trata de aquella repelente niña con tirabuzones en blanco y negro, cantora y bailarina de claqué, que ganó un óscar (para desconcierto de algunos de sus compañeros de profesión) con tan sólo seis añitos.
Reconozco que nunca me he sentido atraída especialmente por estas creaciones perturbadoras, niños prodigio con alguna habilidad destacable que son explotados (en el mejor de los casos sólo por sus padres) y expuestos públicamente en ferias y medios de comunicación. El mundo de la música ha dado innumerables ejemplos de criaturas de corta edad con dotes para la canción y el baile más propias de adultos, que han llegado a convertirse en verdaderos iconos de masas. Eso sí, no sin un coste, no hay más que recordar a Michael Jackson.
En España, como no podía ser de otra manera, también se le ha sabido sacar partido al fenómeno y nuestra historia musical está llenita de encantadoras propuestas:
En lo más alejado de mi memoria tengo, a partes iguales, a Marisol (Pepa Flores cuando ya se hartó de ser el mono de feria del ruedo español) y a Joselito, "el Pequeño Ruiseñor". Marisol era nuestra Shirley Temple nacional, cantaba a las mil maravillas, bailaba (flamenco, que no claqué) y además hacía pelis musicales bien graciosas. Era el encanto del barrio. Pero se hizo mayor y que posase desnuda para Interviú no gustó a las madres y abuelas de la época (todo lo contrario al sector masculino). Y Joselito… bueno, Joselito sigue diciendo que le engañaron, que le utilizaron y que se le fue la mano con alguna que otra sustancia ilegal. La realidad es que le cambió la voz, el cuerpo y, sobre todo, que creció y dejó de ser interesante.
Ya en los 80, la frontera entre prodigio y fabricado se diluye. Es el tiempo de Parchís, Regaliz, Botones, Enrique y Ana, y en los 90 vendría Bom Bom Chip.
Con el cambio de siglo la cosa no iba a mejorar, menos aún con el éxito que estaba viviendo el programa presentado por Bertín Osborne Menudas Estrellas. Ahí sí que vino lo bueno de verdad, fino y delicado, sólo apto para paladares altamente entrenados. A nadie se le ha podido olvidar (en serio, cuando crees que se ha ido, vuelve) Melody y su El baile del gorila. Pues no se sacó la tía su doble disco de platino en España con De Pata Negra…
De Raulito no voy a hablar porque ya me parece el colmo, pero de María Isabel sí, porque tiene el (dudoso) honor de haber hecho lo que no consiguió el Sueño de Morfeo, vamos, ganar el festival de Eurovisión (Infantil) en 2005.