El beso de Miles Davis al cine negro
Miles Davis firmó a finales de los 50 una de las mejores bandas sonoras de todos los tiempos, la de Ascensor para el cadalso (Ascenseur pour l’échafaud)
Ascensor para el cadalso (Ascenseur pour l’échafaud, Louis Malle, 1958) no fue una casualidad, fue producto de un cúmulo de aciertos. El mayor de todos: la pasión de Louis Malle por el jazz y su determinación como cineasta. A partir de ahí, una novela homónima escrita en 1956 por Noël Calef, una delicada amistad con Jean Moreau y una ciudad ansiosa por mostrarse.
Malle le proyecta la película y Davis, a quien acaban de suspender la mayoría de los conciertos de la gira, acepta. Dos semanas después reúne a la banda que había contratado para la misma: Barney Wilen al saxo tenor, René Urtreger al piano, Pierre Michelot al contrabajo y Kenny Clarke en la batería, et voilà. La noche del 4 al 5 de diciembre, el estudio Poste Parisien es testigo, junto con los afortunados allí presentes, del acontecimiento.
El film, por su parte, bien merece las líneas que se le siguen dedicando. La abnegación de unos amantes, Jeanne Moreau y Maurice Ronet, y un marido, Jean Wall, sobre quien perpetran el crimen perfecto, que falla. El escenario, un París en un blanco y negro de terciopelo, y la música, ¡ah, la música!, el Miles Davis más sutil y envolvente, el que te deja sin aliento. Unas imágenes que llevan de la mano a las notas, pasean con cada golpe y cada silencio. Una banda sonora que hace al film, le da de comer, le viste.
Ascensor para el cadalso no apareció de la nada, no fue una casualidad. Fue un regalo. El film se estrenó el 29 de enero de 1958 y la banda sonora se editó tiempo después en un disco, Jazz Track, con el que Miles consiguió una nominación a los Grammy en 1960 como mejor interpretación de jazz.