Comité cautiva al público valenciano con su máquina del tiempo
Comité, el nuevo-viejo proyecto de Carlos Goñi, arrancó con un resultado sobresaliente en la antigua sala Repvblicca de Valencia el pasado 26 de octubre
El pasado 26 de octubre Carlos Goñi (Revolver) ponía en marcha la maquinaria de su nuevo proyecto. Comité eligió una sala legendaria, Repvblicca, para presentar ante el público valenciano que por el buen rock no pasan los años y repasó los grandes éxitos de Comité Cisne, transportando en el tiempo a cada uno de los asistentes durante una hora y media de espectáculo.
Sin mediar palabra. Pasan 20 minutos de las 23:00 cuando tres sombras se intuyen entre la parafernalia instrumental, y la luz por fin delinea sus contornos, mejor moldeados incluso que 25 años atrás.
Goñi lo confirmaría poco después. Sentía el miedo de las apuestas peligrosas, quizás por eso habló primero cantando. Dispuestos a someter Comité Cisne a una operación a corazón abierto, un cirujano sabe que existen riesgos, y en la habilidad de sus manos recae sobrellevarlos. Carlos no lleva bata, pero disecciona el repertorio con precisión milimétrica, lleva el bisturí de un extremo a otro del recuerdo, opera su nostalgia y finalmente sutura con mimo.
No le faltaba razón. "La propuesta tiene su aquel" se excusaba tras presentarse con Amar es como un tren. Se presuponía una reunión de carcas que no fue, porque llevaban a sus hijos, y porque nadie se dio por entendido si el mensaje era que Revólver se había ido de vacaciones: la respuesta era una incógnita.
Había tomado sus precauciones: no tocaría Lágrimas o Su árbol, "mi religión me lo impide". No importó, podía haberse ahorrado las excusas. Ni él ni la audiencia practican ya el mismo evangelio. Esto no era la movida valenciana de los 80. Aquí, cerveza en mano, la gente departía ilusionada sobre el recuerdo, sobre los vaivenes de la vida, sobre lo oportuno de la cita para el reencuentro con los amigos. Pero nadie exigía fidelidad histórica: el pasado sólo sirvió de percha para ver la puesta de largo del nuevo y remozado Comité. Ya se encargaría junto a Mono Bagues y Julián Nemesio de escribir el inminente fututo.
De la expectación se pasó a la perplejidad, y un paso más allá a los gritos, los silvidos y las palmas. El reencuentro entre artistas y público era un éxito. El sonido cristalino y muy pulido. El formato un acierto. El repertorio, un sueño. La química nace desde el primer acorde, la memoria despierta con un chasquido de dedos y las letras mojan los labios de la sala.
Mírame acaba por convencer de que esto no es un espejismo, y cuando menos se esperaba Lluvia de noviembre fractura el subconsciente popular llevando sus cuerpos al contorsionismo. El concierto es atronador, los protagonistas se desgañitan a la batería, el bajo y la guitarra, y la voz desborda a un público ya seguro y entregado con la apuesta. En la diana.
El paso del tiempo también provoca arrugas, patas de gallo y calvicie en la música. Nadie está libre de vejez, pero como ocurre con Hay locos sueltos, también es posible ganar con los años. El artista se jacta de la vigencia de su lírica, habla de dinero y gobiernos recordándonos la cruda realidad, y no termina sin preocuparse a gritos por nuestro estado.
Para entonces, El final del mar ya nos había despojado de las chaquetas, y Ello en silencio devolvía a la manga corta de una audiencia casi sin aliento, necesitada de una pausa nunca concedida.
Se optó por no instrumentar Licor o Ana Frank hasta bien entrados en harina, pero es que nadie parecía acordarse de su existencia. Embobados por el repertorio y la entrega, el concierto funcionaba. Carlos invita a participar del estribillo de Querer o no querer, Sigue durmiendo y Sicam pasan como auténticos torbellinos, y todos imploran algo de fresco. Carlos ha apagado el aire acondicionado. Nadie se lo reprocha, y con mucha mala baba pone al público a beber Licor, por si no era suficiente temperatura.
¡Y tanto! todavía resuena la reverb de su voz cuando la niña judía se apodera del canal auditivo. Se divierten, lo están disfrutando. Ningún vestigio de miedo se traza ya en su expresión, más pendiente del gozo. Cuarentones y no tanto mecen la letra y dan su santo consentimiento para que Comité regrese. Los mecheros de antaño son hoy smartphones, y si se puede medir el éxito en número de pantallas iluminadas que sobrevuelan el espacio, Comité tuvo mucho.
El intimismo se quedó para la despedida con Beber el viento, que logró erizar el vello de la gente mientras se cruzaban miradas cómplices. El espectacular sólo de guitarra final levantó casi por última vez los brazos satisfechos. Fueron alrededor de 90 minutos, pero quien quiso pudo paladear 22 canciones de aquella época seleccionadas por el intérprete después, una buena forma de saber de dónde vino la magia que hechizó la velada. "Ha sido un honor" sentenciaba Carlos, mientras Julián hacia el símbolo de la victoria. El honor fue nuestro por brindarnos semejante triunfo. Si el objetivo era “seguir estando vivo”, Comité lo logró sin recurrir a desfibriladores.